Hoy os voy a presentar una nueva herramienta que suelo enseñar a mis pacientes, y que considero de enorme utilidad para la vida en general. Se trata de la “la cuenta corriente afectiva”.
En este artículo quiero a través de un caso práctico, plasmar los aspectos teóricos que he explicado en anteriores artículos (FICHA 17, FICHA 18 y FICHA 22).
En esta foto titulada «Mi abuelo y yo«, se pueden ver dos formas naturales psicológicas cuya expresividad se centra en el cuerpo. Mas concretamente en las mirada de ambos. El anciano mira directamente al objetivo de la cámara y el niño un poco más arriba (al fotógrafo que en este caso era su padre).
La expresividad también se centra en la convergencia de los cuerpos hacia la línea media de la foto. La mirada y la presión de la mano derecha del niño sobre su abuelo, sugiere que ese contacto corporal está mediatizado por la “sugerencia” del fotógrafo, apreciándose en el niño gran voluntariedad para cumplir con la consigna. Se establece gran complementariedad entre el niño y el fotógrafo, mostrándose entre ambos unos roles bien desarrollados.
El “texto” de la foto queda significado por el “contexto” de la ausencia significativa del fotógrafo. Se trata de una foto bicorporal y tripersonal, puesto que hay dos formas presentes y una ausente que da significado a toda la escena. Entre el niño y el abuelo se establece una relación YO-YO puesto que aunque existe contacto corporal no tienen roles vehiculizantes (ambos están posando para el fotógrafo).
Una vez descrita la sintaxis de la imagen, veamos algunas posibles aplicaciones clínicas:
Se trata de una foto donde aparecen las tres generaciones de descendencia masculina, por lo tanto es una imagen de gran potencialidad de información significativa.
Se hace crucial para el análisis saber quién trae la foto como paciente.
Vamos a imaginarnos algunas posibilidades:
1.- Si el paciente es el fotógrafo hay que estar muy alerta al comentario de la foto. Podría mostrarla con orgullo diciendo algo así como. “traigo esta foto porque me encanta lo bien que se llevaban los dos”.
2.- Si es el niño, hay que ver la “preocupación” que muestra por agradar al padre y por cumplir lo que de él se espera, confirmando si ese tipo de vínculo se ha mantenido durante su vida.
En la foto vemos, que aunque el niño se vincula físicamente con el abuelo, la verdadera vinculación emocional se establece con el padre a través de la mirada que no es a la cámara, sino “un poco más arriba”.
El niño, puede mostrar la foto diciendo: “traigo esta foto porque es muy agradable para mí. En ella se aprecia claramente el amor que sentía por mi abuelo”. Al terapeuta le puede llamar la atención la disociación del niño (formas opuestas), manifestada en su mano derecha que contiene-dirige al abuelo y la mirada al padre. Es una disociación que puede responder a múltiples significados. Significados que el terapeuta tiene que indagar con el paciente: ¿Se trata de un niño sumiso? ¿Es excesivamente responsable?, etc.
Es posible que ese afecto hacia el abuelo sea real, pero no es menos cierto que la foto “habla” de otra manera, puesto que relata que el niño está totalmente vinculado y entregado a la relación complementaria con el padre-fotógrafo. Todo esto puede hablar de un buen vínculo paterno filial, pero también nos puede mostrar una parte de la historia vincular con la figura paterna. En cualquier caso, los señalamientos oportunos por parte del terapeuta, sobre las diferentes posibilidades de lectura de la imagen, le ayudarían al niño-paciente a ratificar, rectificar o enriquecer su visión de la relación que ha tenido o tiene con esas figuras de referencia.
Si el motivo de consulta tuviese que ver con la relación conflictiva con el padre, esta foto permitiría comenzar un rastreo de la historia con sus vicisitudes vinculares (exploración genética del conflicto). Para ello, solicitaríamos una segunda serie fotográfica de fotos con el padre.
En esta fotografía la clave está en el análisis del espacio y más concretamente en la direccionalidad de las miradas. El abuelo mira a la forma social de la cámara y el niño a la forma natural ausente-presente que es su padre y que condiciona y significa toda la fotografía.
Ya han pasado 9 meses desde que inicié este blog y como ocurre después del parto, la nueva criatura necesita de otros recursos para nutrirse y crecer. Por eso, además de seguir con las fichas del puzzle en forma de artículos, voy a incorporar una serie de secciones en formato de post, que hagan que el contenido sea más ágil y ameno para todos los que me seguís.
Una vez superada la etapa veraniega vuelvo a la tarea. Gracias a vuestras sugerencias, ya os habréis dado cuenta que he cambiado el formato del blog, incluyendo algunos vídeos, remodelando las etiquetas e incorporando un buscador que facilite la tarea de relacionar lo publicado. También me han llegado algunos comentarios donde se me pide que utilice términos más asequibles para entenderme mejor. Tomo nota de todo y desde ya me pongo a ello.
¿Qué quiere decir incompetencia psíquica?
De una forma quizá esquemática pero didáctica para nuestros fines, podemos dividir nuestra competencia en “áreas”. Hablamos de áreas de competencia intelectual, en el sentido de poder pensar bien, áreas de competencia afectiva medida como la capacidad que tiene una persona para hacerse cargo de los miedos propios y ajenos y finalmente el área de competencia operativa medida como la capacidad para planificar y ejecutar tareas. En síntesis se trata de pensar, sentir y hacer coherentemente.
Hoy voy a tratar de ilustrar a través de un caso práctico, los aspectos teóricos que mostré en «juegos en los que participamos. Drama versus melodrama».
Se trata de Lola, una paciente soltera de 40 años y brillante abogada. Tiene una madre diagnosticada de esquizofrenia desde hace 30 años. Es la mayor de cuatro hermanos y los padres están separados desde que ella tenía 14 años.
Su familia, de siempre delegó en ella el cuidado de la madre con sus múltiples ingresos. También se tuvo que encargar desde muy pequeña de la casa y de todos los hermanos. Actualmente es ella la que paga el piso donde vive la madre.
El motivo de consulta fue la queja de no tener vida propia, de lo mucho que trabajaba y de la mala suerte que tenia con los hombres, porque “siempre me acabo enrollando con los que no me convienen”.
Empezamos el tratamiento psicoterapéutico y a la segunda sesión llegó 20 minutos tarde.
– Perdona, pero me he dormido.
Luego continuo hablando mientras se quitaba el abrigo. Cuando tengo que ir a trabajar nunca me ha ocurrido esto…
Como psicoterapeuta, mi “yo observador” (ver ficha 6) se dio cuenta al analizar su comentario aparentemente banal, que para su psiquismo, «si se trataba de trabajo» no se podía permitir quedarse dormida, mientras que si era “algo bueno para ella” (la terapia), no importaba si se dormía y llegaba tarde.
Por su historia, Lola estaba muy acostumbrada al maltrato. Podemos afirmar que poseía un “ master” en malos tratos; porque desde su padre (que también es abogado y la explota en su despacho), hermanos (que no la ayudan en la manutención de la madre y pasan totalmente de ella), madre ( que incluso en épocas en que está bien no le agradece nada, ni tiene el más mínimo gesto maternal hacia ella) y hombres en general, todos la maltratan.
Lola estaba tan acostumbrada a ese maltrato, que no llegaba a verlo. Se quejaba, pero seguía ejerciendo de MASOQUISTA o MALTRATADA. Ahora bien, toda masoquista necesita de su correspondiente SADICO, VERDUGO O MALTRATANTE. Era cómplice inconsciente de un melodrama sado-masoquista, donde los cómplices eran los padres, hermanos y hombres en general.
La parte consciente de Lola quería tener buenas e igualitarias relaciones con los demás, pero no podía porque todos estos verdugos, constituían un consenso cómplice melodramático, que ella “jugaba” inconscientemente y a la que era adicta.
Lo que hacía especialmente grave el caso de Lola, es que con ese comentario inicial, quedaba claro que no solamente la maltrataban los demás, sino que ella se había llegado a identificar plenamente con el rol de MASOQUISTA. Ella inconscientemente, se maltrataba al privarse de un espacio bueno y terapéutico, boicoteándose al llegar tarde a la terapia.
Volviendo a la sesión, vemos que Lola tenía cierta noción de conflicto. Es decir su “yo observador” la estaba avisando de que algo no andaba bien en ella y fue esa parte sana, la que la llevo a la consulta.
Gracias al comentario inicial, pude señalarle inmediatamente que para el único espacio que tenia para ella sola y del que podía disfrutar plenamente, resultaba que llegaba tarde, privándose de parte de la sesión. Por lo tanto, teníamos que pensar que “había algo dentro de ella que no le permitía disfrutar de la vida”.
Acto seguido, le interpreté su identificación y adicción masoquista, donde ya no necesitaba de maltratantes externos, puesto que ella sola era quien se encargaba de hacerse la vida imposible.
A partir de esa interpretación, Lola fue tomando conciencia de su adicción masoquista y pudimos empezar a trabajar en su cambio hacia el “drama”, desprendiéndose de los “cómplices” melodramáticos y empezando a buscar “aliados” o iguales para la vida. Continuará …
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