Hay un concepto muy sencillo, que si no se entiende y maneja bien, puede y suele traer muchos problemas en la vida cotidiana.
Entre las divisiones que los sociólogos han aplicado para los humanos, resulta especialmente interesante, la que utilizan para diferenciar los grupos primarios de los secundarios.
Convencionalmente, se suele admitir que la definición formal de grupo primario se establece en 1909, fecha en la que Charles Horton Cooley publica Social Organization. A Study of the Larger Mind.
Cooley los define como “grupos establecidos sobre la base de estrechas relaciones cara a cara entre sus miembros, interviniendo decisivamente en la formación de la naturaleza social de las personas. El carácter primario de dichos grupos se debería al hecho de que son los primeros, desde un punto de vista cronológico, con los que el individuo se relaciona desde el momento de su nacimiento (familia, grupo de juegos); y son también los primeros, desde un punto de vista cualitativo, a la hora de moldear el yo social de la persona, proporcionándole los motivos, normas y valores que guían su conducta y estructuran su autoimagen”.
Para entender y poder llevar a la práctica el concepto de grupo primario, lo que debemos tener muy presente es que lo nuclear de estos grupos, reside en que están basados en los afectos. Por ejemplo: para cualquier madre, aunque su hijo fuese un asesino, nunca llegaría a rechazarle del todo. Le querría por encima de su conducta.
Para los sociólogos, el grupo secundario es aquel en el cual las personas que lo conforman, mantienen relaciones formales (no estrechas) y las razones que los aglutinan, suelen ser de trabajo o de alguna índole no personal o amistosa.
En otras palabras: los grupos secundarios están centrados en intereses. Se mueven en función del “algo por algo”.
Por ejemplo: Si trabajamos para alguien, lo que hay que esperar es que ese alguien nos pague lo suficiente por lo que trabajamos, y la otra persona debe esperar de nosotros, que trabajemos lo suficiente por lo que nos paga. No es importante que nos quiera. Podemos llevarnos muy bien con nuestros jefes o empleados, pero hay que tener muy claro que no son nuestra familia.
En cualquier psicoterapia, siempre está presente cierta confusión, y este punto de saber distinguir en la práctica un grupo primario de uno secundario, es fundamental para atacar la confusión relacional que muchos pacientes padecen.
Cuantas veces hemos oído a alguien quejarse, porque después de llevar veinte años trabajando para una empresa, les han echado. ¡Con lo que yo he hecho por la empresa! – suelen decir- a la vez que nos cuentan la cantidad de sacrificios realizados. A ese comentario, acostumbro a responder con un frío y lacónico: ¡pues no haberlo hecho!
¿Qué ha podido ocurrir en la mente de estas personas? Pues sencillamente que se comportaron con la empresa, como si esta fuese su familia (grupo primario), sin importarles los esfuerzos realizados porque todo lo basaban en los afectos. Sin embargo, para su empresa, que como todas se movió por intereses (grupo secundario); cuando dejaron de interesarle sus servicios, simplemente prescindieron de él con el consiguiente disgusto y decepción.
Seguramente todos conocemos a personas, que son verdaderos expertos en “convertir” los grupos secundarios en grupos primarios. Van “adoptando” y “familiarizando” a personas e instituciones, sin darse cuenta de las diferencias que acabo de explicar. El resultado final, siempre suele ser el mismo: confusión, decepción y resentimiento, que puede dejarles profundas huellas físicas y/o psíquicas.
También se puede dar el caso contrario. Personas que tratan a su familia basándose solamente en los intereses, dejando de lado la parte afectiva. El resultado final suele ser el mismo que acabo de describir.
Quizá el paradigma más demoledor de todo lo que he dicho, se encuentra en aquellas personas que siendo de la misma familia comparten negocios. Los que dirigen, tienen que ser personas muy equilibradas, que sepan argumentar sin imponer, y que los límites estén claramente trazados. En caso contrarío, el resentimiento irá creciendo hasta que acabe por explotar en algún miembro de la familia, con el consiguiente efecto dominó.
Como dice Michael Corleone en la película El Padrino: “Dinero y amistad … agua y aceite“.