A medida que voy cumpliendo años y experiencia profesional, me voy convenciendo más que los médicos deberíamos dejar de ser tan intervencionistas y permitir que el cuerpo se ocupe de sí mismo (de hecho lo viene haciendo desde hace más de 150.000 años). Basta mirar a nuestro alrededor, para constatar que a todo el mundo le pasa algo, y que en el mejor de los casos vivimos en un estado subcrónico de enfermedad, es decir ese estado en que aún no tenemos síntomas declarados, pero no nos encontramos bien del todo.

Nuestro Shangri-La es instalarnos en el bienestar. Pero ¿qué es el bienestar? ¿cómo lo definimos y cuantificamos? En realidad es una definición muy etérea.
Digamos que en líneas generales, nuestra salud transita por tres territorios. El primero es el territorio del bienestar, el segundo y más poblado, es el de la enfermedad subcrónica, y el tercero es el de la manifestación de algún tipo de enfermedad crónica.
Algunos médicos, suelen ponerse en acción con todo su arsenal terapéutico, cuando el paciente entra en el territorio de la enfermedad crónica, siendo el objetivo básico reconducirles al estado subcrónico, donde los síntomas queden tapados y “parezca” que ya están bien. Sabemos “todo” de la enfermedad y muy poco de la salud. La meta real, debería ser la de lograr permanecer el mayor tiempo posible en la zona del bienestar.
Si levantamos la cabeza, veremos que estamos sometidos y manipulados por dos grandes gigantes, empeñados en sacarnos el máximo jugo a costa de nuestra salud: Como habréis adivinado, estoy hablando de la Industria Farmacéutica y la Industria Alimentaria, que por supuesto cuentan con la permisividad y conchabeo de las clases dirigentes y los gobiernos de turno. Una simple observación nos pondrá sobre la pista: La salud de la población mundial es inversamente proporcional a las cuentas de resultados de estos dos gigantes.
Los que me seguís, ya sabéis que considero que todos disponemos en nuestro interior de la farmacia mejor surtida del mundo, y que el fármaco más potente que existe, es el  BUEN ALIMENTO. Pensar que cualquier fármaco de síntesis, es una molécula que el organismo no reconoce como propia, y por lo tanto siempre tendrá efectos “colaterales” para nuestra salud.
Por principio trato de no medicar; no quiere decir que renuncie a los fármacos, pero si los utilizo, lo hago porque considero que no hay otra alternativa mejor para el paciente. Lo que no nos cuenta la Industria Farmacéutica, son los efectos secundarios que provocan sus fármacos. Si supierais, por ejemplo, lo difícil que es lograr que un paciente pueda “desengancharse” de fármacos tan habituales, como son el Lexatín o el Orfidal, seguro que antes de tomarlos lo pensaríais dos veces, y de paso empezaríais a concienciarnos sobre su consumo indiscriminado.
Si digo que la mejor medicina es el alimento, ahora le toca el turno a la Industria Alimentaria, que ya no sabe que hacer para “inventarse” nuevos productos con “nuevos” sabores … eso sí, a costa de ir degradando nuestra salud. Si os interesa el tema os remito a mi post “la nutrición en psicoterapia”.
He traído este documental de 43 minutos, que se llama “El misterio del Alzheimer”, y en que se ilustra bastante bien todo lo que os estoy contando.
Si hay una enfermedad crónica degenerativa que produce pavor simplemente con nombrarla, es el Alzheimer, y si atendemos a estudios epidemiológicos y estadísticos, veremos que tenemos motivos para ello. Se nos informa que hoy en día hay 5 millones de europeos aquejados de esta enfermedad, que entre el 5 y el 10 por ciento de los norteamericanos de 65 años la sufren, y se estima que en el año 2040, Estados Unidos tendrá 10 veces más camas en las residencias que en los hospitales. Como veis, el panorama no es precisamente alentador.
La enfermedad de Alzheimer va muy asociada al desarrollo de placas amiloideas en el cerebro, muy similares a las placas que obstruyen las paredes arteriales y que acaban por provocar un infarto cardíaco. Pero hoy en día, se considera que esta enfermedad es principalmente un estado inflamatorio.
El documental muestra a las claras, como las Farmacéuticas no quieren utilizar medicamentos ya patentados (como antiinflamatorios baratos) aunque pudiesen ser eficaces. Sencillamente, no quieren invertir en estudios científicos que llegaran a la conclusión, de qué antiinflamatorios y en qué dosis mejorarían la salud de la población afectada, porque en contrapartida, ese hecho empeoraría sus cuentas de resultados. Prefieren invertir en medicamentos nuevos y costosos (están trabajando en vacunas), porque así obtienen muchos  más beneficios.
Los médicos que llevamos años ejerciendo, podemos constatar como van desapareciendo del mercado fármacos muy eficaces, pero que tienen la desgracia de que o son baratos o no son patentables. Son sustituidos sin miramientos, por otros similares con nuevas patentes, y a un precio infinitamente superior. Viva la salud !!