Ya han pasado 9 meses desde que inicié este blog y como ocurre después del parto, la nueva criatura necesita de otros recursos para nutrirse y crecer. Por eso, además de seguir con las fichas del puzzle en forma de artículos, voy a incorporar una serie de secciones en formato de post, que hagan que el contenido sea más ágil y ameno para todos los que me seguís.
Una vez superada la etapa veraniega vuelvo a la tarea. Gracias a vuestras sugerencias, ya os habréis dado cuenta que he cambiado el formato del blog, incluyendo algunos vídeos, remodelando las etiquetas e incorporando un buscador que facilite la tarea de relacionar lo publicado. También me han llegado algunos comentarios donde se me pide que utilice términos más asequibles para entenderme mejor. Tomo nota de todo y desde ya me pongo a ello.
¿Qué quiere decir incompetencia psíquica?
De una forma quizá esquemática pero didáctica para nuestros fines, podemos dividir nuestra competencia en “áreas”. Hablamos de áreas de competencia intelectual, en el sentido de poder pensar bien, áreas de competencia afectiva medida como la capacidad que tiene una persona para hacerse cargo de los miedos propios y ajenos y finalmente el área de competencia operativa medida como la capacidad para planificar y ejecutar tareas. En síntesis se trata de pensar, sentir y hacer coherentemente.
Hoy voy a tratar de ilustrar a través de un caso práctico, los aspectos teóricos que mostré en «juegos en los que participamos. Drama versus melodrama».
Se trata de Lola, una paciente soltera de 40 años y brillante abogada. Tiene una madre diagnosticada de esquizofrenia desde hace 30 años. Es la mayor de cuatro hermanos y los padres están separados desde que ella tenía 14 años.
Su familia, de siempre delegó en ella el cuidado de la madre con sus múltiples ingresos. También se tuvo que encargar desde muy pequeña de la casa y de todos los hermanos. Actualmente es ella la que paga el piso donde vive la madre.
El motivo de consulta fue la queja de no tener vida propia, de lo mucho que trabajaba y de la mala suerte que tenia con los hombres, porque “siempre me acabo enrollando con los que no me convienen”.
Empezamos el tratamiento psicoterapéutico y a la segunda sesión llegó 20 minutos tarde.
– Perdona, pero me he dormido.
Luego continuo hablando mientras se quitaba el abrigo. Cuando tengo que ir a trabajar nunca me ha ocurrido esto…
Como psicoterapeuta, mi “yo observador” (ver ficha 6) se dio cuenta al analizar su comentario aparentemente banal, que para su psiquismo, «si se trataba de trabajo» no se podía permitir quedarse dormida, mientras que si era “algo bueno para ella” (la terapia), no importaba si se dormía y llegaba tarde.
Por su historia, Lola estaba muy acostumbrada al maltrato. Podemos afirmar que poseía un “ master” en malos tratos; porque desde su padre (que también es abogado y la explota en su despacho), hermanos (que no la ayudan en la manutención de la madre y pasan totalmente de ella), madre ( que incluso en épocas en que está bien no le agradece nada, ni tiene el más mínimo gesto maternal hacia ella) y hombres en general, todos la maltratan.
Lola estaba tan acostumbrada a ese maltrato, que no llegaba a verlo. Se quejaba, pero seguía ejerciendo de MASOQUISTA o MALTRATADA. Ahora bien, toda masoquista necesita de su correspondiente SADICO, VERDUGO O MALTRATANTE. Era cómplice inconsciente de un melodrama sado-masoquista, donde los cómplices eran los padres, hermanos y hombres en general.
La parte consciente de Lola quería tener buenas e igualitarias relaciones con los demás, pero no podía porque todos estos verdugos, constituían un consenso cómplice melodramático, que ella “jugaba” inconscientemente y a la que era adicta.
Lo que hacía especialmente grave el caso de Lola, es que con ese comentario inicial, quedaba claro que no solamente la maltrataban los demás, sino que ella se había llegado a identificar plenamente con el rol de MASOQUISTA. Ella inconscientemente, se maltrataba al privarse de un espacio bueno y terapéutico, boicoteándose al llegar tarde a la terapia.
Volviendo a la sesión, vemos que Lola tenía cierta noción de conflicto. Es decir su “yo observador” la estaba avisando de que algo no andaba bien en ella y fue esa parte sana, la que la llevo a la consulta.
Gracias al comentario inicial, pude señalarle inmediatamente que para el único espacio que tenia para ella sola y del que podía disfrutar plenamente, resultaba que llegaba tarde, privándose de parte de la sesión. Por lo tanto, teníamos que pensar que “había algo dentro de ella que no le permitía disfrutar de la vida”.
Acto seguido, le interpreté su identificación y adicción masoquista, donde ya no necesitaba de maltratantes externos, puesto que ella sola era quien se encargaba de hacerse la vida imposible.
A partir de esa interpretación, Lola fue tomando conciencia de su adicción masoquista y pudimos empezar a trabajar en su cambio hacia el “drama”, desprendiéndose de los “cómplices” melodramáticos y empezando a buscar “aliados” o iguales para la vida. Continuará …
En la primera parte de este artículo (ficha 9), definimos la psicoterapia cómo un proceso de comunicación entre un psicoterapeuta y una persona que solicita ayuda (paciente), con el propósito de mejorar la calidad de vida de este último, a través de un cambio en sus pensamientos, sentimientos o acciones.
También se analizó la palabra proceso con algunas consideraciones prácticas.
Hoy nos centraremos en la palabra comunicación en psicoterapia. En la ficha 7 de este blog, ya he hablado de la comunicación en su sentido más amplio. Hoy haré hincapié en la comunicación más específica entre paciente y terapeuta.
La esencia de la psicoterapia es “repetir diferenciando para dejar de repetir”. ¿Esto qué significa? Pues que una persona que siempre se comporta o se comunica de la misma manera, se está moviendo en un círculo vicioso sin progresar. Son esas personas que envejecen porque cumplen años, pero no maduran porque no aprenden.
Si somos capaces de introducir en nuestro discurso, algún cambio comunicacional por pequeño que sea, ese círculo cerrado, poco a poco se irá abriendo, hasta llegar a convertirse en una espiral dialéctica que nos permitirá “salir” de ese círculo empobrecedor en el que nos encontrábamos.
Si por ejemplo un paciente se muestra siempre sumiso, postergando sus deseos en función de los deseos de los demás, es que se mueve en un círculo repetitivo y cerrado, donde siempre adopta el papel de persona sumisa y complaciente. Si a través de la psicoterapia, se da cuenta de esa pauta comunicacional y empieza de vez en cuando a decir “al otro” que no, centrándose más en lo que él quiere; entonces empezará a “repetir diferenciando”. Si esa pauta comunicacional continua, llegará un momento donde dejará de repetir.
Cualquier pauta comunicacional anómala se debe “descubrir” en el “aquí y ahora” de la sesión. Es decir; lo que le pasa “aquí y ahora” con el terapeuta, es lo que le pasa al paciente “allá, afuera y con los otros”.
El trabajo del terapeuta es darse cuenta de esas pautas comunicacionales que le ocurren al paciente, tanto con el terapeuta como con los demás. Hay que transmitírselas, para que su “yo observador” (ver ficha 6) se ponga en marcha, haciéndole ver sus repeticiones y así poder corregirlas.
Por todo lo anterior, concluimos que por lo menos hay tres objetivos fundamentales en toda psicoterapia: hacer consciente lo inconsciente, asociar lo disociado y repetir diferenciando para dejar de repetir.
Vamos con la palabra psicoterapeuta.
Hasta hace 8 años, no existía un diploma reconocido para ejercer la profesión de psicoterapeuta. Cualquiera podía autonombrarse terapeuta y abrir una consulta sin importar su titulación y/o preparación (de hecho todos los profesionales conocemos más de un caso).
Gracias a la aparición de un registro nacional de psicoterapeutas agrupados en la FEAP (federación española de asociaciones de psicoterapeutas), se pudo empezar a poner coto a esos furtivos y a saber quién era quién.
Se crearon asociaciones de terapeutas según la diferentes corrientes técnicas (cognitivo, gestalt, psicodinámica, transacional, comportamental, psicoanalítica, etc ) A su vez estas asociaciones se agruparon en la FEAP, desde donde se dictaron una serie de criterios mínimos comunes a todas las asociaciones, para así garantizar, que los terapeutas tenían una formación mínima para tratar los problemas psicológicos de las personas que acudían a ellas.
A modo de síntesis, los criterios mínimos que dicta la FEAP para ser terapeuta son:
1.- Ser titulado universitario, siendo las licenciaturas en psicología y medicina las consideradas más adecuadas para acceder a la formación. Los médicos especialistas en psiquiatría y los psicólogos especialistas en psicología clínica, se les acredita como psicoterapeutas, siempre que demuestren documentalmente su práctica, actividad y supervisión clínica.
2.- Un mínimo de 3 años a tiempo parcial, en el periodo de post-grado universitario dedicados a la formación teórica, técnica y clínica en psicoterapia con un mínimo de 600 horas lectivas.
3.- Un mínimo de 2 años de práctica profesional como psicoterapeutas, debidamente supervisada. Debe incluir, así mismo, al menos el tratamiento de 2 casos con un mínimo de 300 sesiones de tratamiento y 100 sesiones de supervisión de dichos tratamientos. Esta supervisión de la práctica profesional, habrá de realizarse con psicoterapeutas expertos acreditados por las respectivas asociaciones de psicoterapeutas.
4.- Un mínimo de 6 meses de actividades prácticas en entornos públicos o privados de Salud Mental, en los que el psicoterapeuta en formación, pueda tener experiencia directa de la clínica psicopatológica, permitiéndole tomar contacto directo con las diferentes formas de manifestación de los trastornos mentales, y los distintos profesionales que intervienen en la Salud Mental.
Con estos filtros es mucho más difícil que alguien “se cuele” con el daño que eso significa para los potenciales pacientes.
Como vemos y resumiendo: una buena formación debe ser superior a 3 años y debe incluir forzosamente una psicoterapia personal junto con una supervisión clínica de los propios casos.
Desde el punto de vista práctico, cuando alguien me pregunta por ejemplo, que si conozco algún terapeuta en Albacete. Le digo que no, pero que consulte la guía de la FEAP y busque a alguien de esa ciudad, porque cualquiera que esté registrado allí, por lo menos asegura que tiene una correcta preparación y no es ningún advenedizo.
Honradamente creo que la especialidad de psiquiatría es de las más difíciles de la medicina. Digo esto, porque sabéis que los psiquiatras tenemos bastante fama de locos y cuando me lo preguntan, suelo contestar que probablemente esa afirmación sea cierta. Creo que puede ser cierta por dos motivos principales: en primer lugar porque somos personas y no es lo mismo operar un pie, pongamos por ejemplo, que tratar con una persona neurótica, cuyos problemas pueden ser muy parecidos a los míos, siendo en esos casos, muy difícil tomar distancia terapéutica y evitar “el contagio”.
La segunda razón, es que muchos profesionales, por el hecho de tener la especialidad, empiezan directamente a tratar pacientes, ignorando ”de que va la propia locura”. En otras palabras: es absolutamente indispensable, según he escrito más arriba, estar bien analizado. Hay que haber sido “cocinero antes que fraile” o en nuestro caso, “haber sido antes paciente que terapeuta”. Continuará …
Cuando una persona está en conflicto, gran parte de su energía permanece atrapada en él. Se comporta como un país en guerra, donde la juventud está pegando tiros en la frontera, mientras que la industria y los medios de producción de ese país se vienen abajo.
Si el total de la energía del paciente es 100 y tiene el 70 % de esa energía depositada en los conflictos, solo le queda un 30 % de energía libre de conflicto o energía para vivir. Esta falta de energía, se suele transformar sintomatológicamente hablando, en un cansancio permanente (Freud llamaba a ese cansancio, psicastenia o cansancio de la mente).
Si hacemos la analogía con un cáncer, sabemos que los tumores o “conflictos” van proliferando a la vez que absorben la energía del portador hasta que acaban con su vida. Pues bien, igual que en oncología se utiliza la radioterapia o la quimioterapia para combatir esos tumores, nosotros utilizamos la psicoterapia para luchar contra los conflictos psíquicos.
El trabajo terapéutico consiste entonces en ayudar al paciente a ir resolviendo esos conflictos. En la medida que se logre ese objetivo, se irá “firmando” la paz psíquica y la energía que el paciente tenía puesta en los mismos, se liberará como energía libre de conflicto o energía para la vida. Irán cesando las “hostilidades”, de manera que esa nueva energía hará posible la reconstrucción de lo destruido.
Como ya he comentado en alguna ficha anterior, la persona que sufre es una persona que está disociada o dividida. Para aclarar este concepto, trata de visualizar al psiquismo como un gran iceberg, donde lo que sobresale del agua y se ve, representa nuestro mundo consciente y es solo 1/3 del total. Los 2/3 restantes están debajo del agua, no se ven y representan nuestro mundo inconsciente. Para un terapeuta con una visión psicodinámica de la mente, cualquier persona está continuamente mediatizada por corrientes inconscientes que chocan con aspectos conscientes, originando conflictos psíquicos que se expresan en forma de síntomas.
Se supone que el terapeuta es un experto en “bucear” en el inconsciente del paciente, tratando de encontrar y extraer todo lo disociado. Es como ir a la búsqueda y rescate de las fichas del puzle de cada cual, sin las que es imposible completar el cuadro de contradicciones y conflictos que cada uno de nosotros somos.
Voy a aprovechar este enunciado, para recordar que todas las sesiones “sirven”, en el sentido de que en todas ellas “recolectamos fichas del puzle”, pero de pronto, en una determinada sesión “encontramos” una “ficha de esquina”, con la que armamos rápidamente una gran parte del puzle en el que estábamos trabajando. Le solemos atribuir a esa sesión una especial importancia, ignorando que sin las otras sesiones, tal hallazgo hubiera sido imposible.
Veamos esto con un ejemplo: una persona puede ser consciente y por lo tanto estar perfectamente “asociada” o conectada, con lo mucho que quiere a su padre, pero estar totalmente inconsciente o “disociada” del resentimiento que le tiene. Supongamos que el padre se separó de la madre cuando el paciente era pequeño. Esa “disociación” inconsciente le generará en su comunicación cotidiana con el padre, una cierta confusión y conflicto que no sabrá explicarse.
De forma esquemática, podemos definir la psicoterapia como “ hacer consciente lo inconsciente o asociar lo disociado”.
En forma genérica, definimos la psicoterapia cómo un proceso de comunicación entre un psicoterapeuta y una persona que solicita su ayuda (paciente), con el propósito de mejorar la calidad de vida de este último, a través de un cambio en sus pensamientos, en sus sentimientos o en sus acciones. Vamos a tomar está definición como un punto de partida para describir y analizar cada uno de los términos que se mencionan en la misma.
Vamos a empezar por la palabra proceso. La palabra proceso significa cambios en el tiempo. ¿Pero cómo se producen estos cambios? ¿Cómo alguien que no me conoce en absoluto, “solo” con la palabra puede hacerme cambiar en algo?
Para el paciente (también para cualquier persona), el simple hecho de sentirse escuchado ya es terapéutico en sí mismo. Siente que sus preocupaciones las “deposita” en alguien seguro, que es de su confianza y que se hace “plenamente cargo” de ellas, liberándole por lo tanto, de un gran peso. Todos tenemos la experiencia de lo bien que nos ha venido sentirnos escuchados por alguien que nos quiere.
Si eso es así, lo primero que uno se pregunta es: ¿porqué debo acudir a un profesional y no a un buen amigo o al cura de la parroquia por ejemplo?
Como profesionales, compartimos con el amigo o el cura, el interés simpático (empatía) por el otro, pero a partir de ahí no tenemos nada que ver con ellos, puesto que como terapeutas, poseemos unos conocimientos que estas personas no tienen.
A esta primera etapa de sentirse escuchado fuera del ámbito profesional, la llamo sin ánimo peyorativo “psicodiálisis”. La llamo así porque aunque la persona no resuelva nada básico, si que se descarga y alivia. Perdón por lo escatológico del ejemplo, pero es como ir al servicio, donde deposito lo que no digiero y luego tiro de la cadena. Lo malo es que a las pocas horas, vuelven las molestias y de nuevo necesito “depositar”.
Cuando explico en qué consiste la psicoterapia para mí, suelo hacer un símil con la acupuntura. El maestro acupuntor sabe en qué puntos de nuestros meridianos debe insertar las agujas con el fin de reconducir la energía a un determinado órgano. Pues bien, como terapeutas en vez de agujas utilizamos palabras, que como estructuras de significado que son, producen cambios en el psiquismo del paciente.
Si hemos dicho que el paciente sufre por su disociación y su historia, esto quiere decir que existe un bloqueo y por lo tanto no hay una comunicación fluida entre su mundo consciente e inconsciente, siendo la misión del terapeuta, como he dicho más arriba, asociar lo disociado o hacer consciente lo inconsciente.
Quizá se pueda entender mejor este concepto con un ejemplo clínico.
Hace un tiempo tuve un paciente de 33 años que estaba a punto de terminar su cuarta carrera universitaria. Se dedicaba a estudiar y a acumular carreras. Consultaba por sus cada vez más continuos ataques de ansiedad.
En este caso las palabras “mágicas” que hicieron que se “conectase consigo mismo”, fueron decirle que era un “eterno adolescente”. Nótese que las dos palabras tienen una gran carga semántica y al nombrarlas, provoque en su psiquismo una cascada de asociaciones que rebotaban en su inconsciente. Seguramente, esas asociaciones fueron del tipo: dilatar un etapa, miedo a crecer y a salir de casa, temor a entrar en el periodo competitivo adulto del mundo del trabajo, etc.
Desde lo manifiesto de su conducta, era un hombre digno de admiración por sus logros académicos (siempre era mejor acumular títulos universitarios que dedicarse a las drogas por ejemplo), pero su mente inconsciente “sabía” que tenía miedo a crecer y a enfrentar y superar la etapa básica del crecimiento, que se llama exogamia o salida del hogar familiar.
Si todo adolescente tiene “tres trabajos básicos” que son: separarse de los padres, ganarse la vida y relacionarse afectivamente. Mi paciente, a pesar de sus 33 años, aún no había logrado ninguno de los tres objetivos.
Gracias a esas palabras y a todo el trabajo terapéutico en torno a ellas, pudo conectar con su resistencia al cambio. Ese trabajo fue la “palanca” movilizadora para los cambios posteriores que le permitieron primero aceptar sus resistencias a crecer y luego a través del proceso terapéutico, lograr definitivamente liberarse del cuadro de intensa angustia que le había llevado a consultar.
Si una psicoterapia está bien hecha crece con el tiempo. ¿Por qué digo esto? Pues porque a lo largo de cualquier proceso terapéutico se va “sembrando” el psiquismo del paciente, de cantidad de “palabras clave” que se comportan como “semillas” que a veces tardan años en germinar, pero que cuando lo hacen, aunque el paciente haya terminado su psicoterapia, su psiquismo las recuerda y le sirven para seguir avanzando por el camino de la vida. Continuará …
En nuestra vida cotidiana todos tenemos múltiples distorsiones de la percepción y por lo tanto de la realidad. Digamos que es del todo natural que una determinada música nos “transporte” a otra época, o el olor de un perfume nos ponga en “contacto” con la persona amada, o el sabor de un alimento nos recuerde a la comida que hacía nuestra abuela, etc. Continue reading
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