Hoy os voy a presentar una nueva herramienta que suelo enseñar a mis pacientes, y que considero de enorme utilidad para la vida en general. Se trata de la “la cuenta corriente afectiva”.
Hoy os voy a presentar una nueva herramienta que suelo enseñar a mis pacientes, y que considero de enorme utilidad para la vida en general. Se trata de la “la cuenta corriente afectiva”.
Mi ocupación diaria como médico psiquiatra y psicoterapeuta está centrada en el cambio. Muchas personas al llegar a la consulta, me dicen: ¿pero doctor, como voy a cambiar si ya tengo cincuenta años? Son personas que tienen la creencia de que a partir de una determinada edad, ya no se cambia. Siempre les contesto, que no somos productos terminados y que si hay alguna constante en la vida, esa es el cambio.
Como médico psiquiatra, vengo observando en los últimos años, que a muchas personas les resulta de lo más natural acudir a la consulta del especialista.
Antaño, esa situación era vivida por parte de los pacientes, con ciertos sentimientos de vergüenza y culpa al no ser capaces por sí mismos, de resolver sus problemas. Otra razón, no menos poderosa, y que no se ha erradicado aún del todo; era y es, que nuestros “éxitos” profesionales suelen trascender muy poco; porque en general, una persona que haya sufrido y superado una depresión, pongamos por caso, no suele hablar de ello por temor a ser estigmatizada, mientras que si le han operado de algo, es más probable que no tenga ningún inconveniente en comentarlo.
Esta foto titulada «las familias«, está constituida por formas naturales sociales que configuran dos grupos familiares. Ambos delimitan el espacio, como forma biológica primaria de reacción de sobresalto frente a la naturaleza hostil (fuerte ráfaga de aire junto al acantilado).
Como vehículo expresivo predominan los cuerpos y la distribución del espacio.
Como relaciones entre las formas destaca la fuerte complementariedad madre-hijo de máxima protección y contención (la madre a pesar de tener las piernas y la pelvis adelantadas y estar embarazada, logra «dar cabida» al niño, cerrando un vínculo simbiótico-contenedor), mientras que el otro grupo familiar, no logra consolidar un círculo defensivo y más bien se sugiere un enmarañamiento sin cohesión de grupo (expresando temor en la configuración de su espacio).
En cuanto al espacio, el manejo de la altura es diferente: la mujer embarazada se mantiene erguida, sugiriendo un mayor control yoico de la situación, con un código intraespecie de protección de la prole. El otro grupo familiar pierde altura, se despliega en círculo y cunde el pánico buscando alturas más regresivas al quebrarse la verticalidad de sus miembros. Miran al suelo como seguridad ancestral y referencia segura.
Sabemos que los elementos yoicos están simbolizados en las «zonas altas» (observación, vigilancia, estrategia), mientras que en las «zonas bajas» predominan los procesos más regresivos y emocionales.
En la foto, se delimitan claramente dos configuraciones: la mujer embarazada con su hijito, configura una linea vertical y el grupo familiar sugiere la formación de un círculo que confluye en la niña, apartándose del abismo que supone el acantilado (sálvese quién pueda).
Se trata de una imagen cargada de tensión-movimiento: la mujer embarazada sigue la deambulación con un movimiento de torsión expresado por la posición en planos distintos de los centros de equilibrio (pelvis adelantada y hombros más atrasados). En el grupo, hay mayor movimiento. El niño, guiado por la madre, inicia la marcha sin tensión conectado con su núcleo del Yo. La madre muestra una gran torsión corporal, con la mitad superior del tronco buscando apoyo y la otra mitad disociada en plano diferente.
En la niña hay una fuerte tensión muscular y en el abrazo del padre se refleja una gran oposición de formas, puesto que el abrazo puede ser de protector o de necesidad de ser protegido.
Como estudio semiológico, es importante destacar la existencia del acantilado y el viento, como símbolos de las fuerzas incontroladas de la naturaleza.
La foto es interesante porque fue espontánea. Los seis protagonistas iban paseando junto al acantilado, cuando de pronto fueron alcanzados por una fuerte ráfaga de viento. En ese mismo instante cada grupo familiar se dividió como respuesta de protección ante la hostilidad natural. La mujer embarazada con el niño en brazos, constituye una familia y el matrimonio y los dos niños se conforman como grupo aparte.
Ante un estimulo hostil cada persona de la fotografia ha respondido de una manera peculiar. Ha habido una «dinámica vincular» que nos habla de ellos y de la relación entre ellos.
¿Qué nos llama más la atención en esta fotografía? Seguramente el contraste entre la serenidad y protección de la madre al hijo (contiene y abraza al niño, cerrando un círculo contenedor, a la vez que se vincula con una mirada de petición de ayuda hacia el que está haciendo la foto que es su marido). En el otro grupo hay confusión. Todos convergen hacia la niña, el padre no se sabe si protege o se protege y la mujer no encuentra soporte en el hombre, mientras el pequeño escapa.
En este artículo quiero a través de un caso práctico, plasmar los aspectos teóricos que he explicado en anteriores artículos (FICHA 17, FICHA 18 y FICHA 22).
En esta foto titulada «Mi abuelo y yo«, se pueden ver dos formas naturales psicológicas cuya expresividad se centra en el cuerpo. Mas concretamente en las mirada de ambos. El anciano mira directamente al objetivo de la cámara y el niño un poco más arriba (al fotógrafo que en este caso era su padre).
La expresividad también se centra en la convergencia de los cuerpos hacia la línea media de la foto. La mirada y la presión de la mano derecha del niño sobre su abuelo, sugiere que ese contacto corporal está mediatizado por la “sugerencia” del fotógrafo, apreciándose en el niño gran voluntariedad para cumplir con la consigna. Se establece gran complementariedad entre el niño y el fotógrafo, mostrándose entre ambos unos roles bien desarrollados.
El “texto” de la foto queda significado por el “contexto” de la ausencia significativa del fotógrafo. Se trata de una foto bicorporal y tripersonal, puesto que hay dos formas presentes y una ausente que da significado a toda la escena. Entre el niño y el abuelo se establece una relación YO-YO puesto que aunque existe contacto corporal no tienen roles vehiculizantes (ambos están posando para el fotógrafo).
Una vez descrita la sintaxis de la imagen, veamos algunas posibles aplicaciones clínicas:
Se trata de una foto donde aparecen las tres generaciones de descendencia masculina, por lo tanto es una imagen de gran potencialidad de información significativa.
Se hace crucial para el análisis saber quién trae la foto como paciente.
Vamos a imaginarnos algunas posibilidades:
1.- Si el paciente es el fotógrafo hay que estar muy alerta al comentario de la foto. Podría mostrarla con orgullo diciendo algo así como. “traigo esta foto porque me encanta lo bien que se llevaban los dos”.
2.- Si es el niño, hay que ver la “preocupación” que muestra por agradar al padre y por cumplir lo que de él se espera, confirmando si ese tipo de vínculo se ha mantenido durante su vida.
En la foto vemos, que aunque el niño se vincula físicamente con el abuelo, la verdadera vinculación emocional se establece con el padre a través de la mirada que no es a la cámara, sino “un poco más arriba”.
El niño, puede mostrar la foto diciendo: “traigo esta foto porque es muy agradable para mí. En ella se aprecia claramente el amor que sentía por mi abuelo”. Al terapeuta le puede llamar la atención la disociación del niño (formas opuestas), manifestada en su mano derecha que contiene-dirige al abuelo y la mirada al padre. Es una disociación que puede responder a múltiples significados. Significados que el terapeuta tiene que indagar con el paciente: ¿Se trata de un niño sumiso? ¿Es excesivamente responsable?, etc.
Es posible que ese afecto hacia el abuelo sea real, pero no es menos cierto que la foto “habla” de otra manera, puesto que relata que el niño está totalmente vinculado y entregado a la relación complementaria con el padre-fotógrafo. Todo esto puede hablar de un buen vínculo paterno filial, pero también nos puede mostrar una parte de la historia vincular con la figura paterna. En cualquier caso, los señalamientos oportunos por parte del terapeuta, sobre las diferentes posibilidades de lectura de la imagen, le ayudarían al niño-paciente a ratificar, rectificar o enriquecer su visión de la relación que ha tenido o tiene con esas figuras de referencia.
Si el motivo de consulta tuviese que ver con la relación conflictiva con el padre, esta foto permitiría comenzar un rastreo de la historia con sus vicisitudes vinculares (exploración genética del conflicto). Para ello, solicitaríamos una segunda serie fotográfica de fotos con el padre.
En esta fotografía la clave está en el análisis del espacio y más concretamente en la direccionalidad de las miradas. El abuelo mira a la forma social de la cámara y el niño a la forma natural ausente-presente que es su padre y que condiciona y significa toda la fotografía.
Como continuación de los artículos anteriores (FICHA 17 y FICHA 18), voy a hablar de las múltiples variaciones que existen, entre lo que “se dice” en la autobiografía y lo que “se ve” en las fotografías. Es posible que un paciente dedique en su biografía, especial interés a una determinada época y luego no haya ningún soporte fotográfico de la misma. También puede haber personas muy “presentes” en la Tira Fotográfica que sin embargo, estén “ausentes” en su biografía.
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