Cuando una persona está en conflicto, gran parte de su energía permanece atrapada en él. Se comporta como un país en guerra, donde la juventud está pegando tiros en la frontera, mientras que la industria y los medios de producción de ese país se vienen abajo.
Si el total de la energía del paciente es 100 y tiene el 70 % de esa energía depositada en los conflictos, solo le queda un 30 % de energía libre de conflicto o energía para vivir. Esta falta de energía, se suele transformar sintomatológicamente hablando, en un cansancio permanente (Freud llamaba a ese cansancio, psicastenia o cansancio de la mente).
Si hacemos la analogía con un cáncer, sabemos que los tumores o “conflictos” van proliferando a la vez que absorben la energía del portador hasta que acaban con su vida. Pues bien, igual que en oncología se utiliza la radioterapia o la quimioterapia para combatir esos tumores, nosotros utilizamos la psicoterapia para luchar contra los conflictos psíquicos.
El trabajo terapéutico consiste entonces en ayudar al paciente a ir resolviendo esos conflictos. En la medida que se logre ese objetivo, se irá “firmando” la paz psíquica y la energía que el paciente tenía puesta en los mismos, se liberará como energía libre de conflicto o energía para la vida. Irán cesando las “hostilidades”, de manera que esa nueva energía hará posible la reconstrucción de lo destruido.
Como ya he comentado en alguna ficha anterior, la persona que sufre es una persona que está disociada o dividida. Para aclarar este concepto, trata de visualizar al psiquismo como un gran iceberg, donde lo que sobresale del agua y se ve, representa nuestro mundo consciente y es solo 1/3 del total. Los 2/3 restantes están debajo del agua, no se ven y representan nuestro mundo inconsciente. Para un terapeuta con una visión psicodinámica de la mente, cualquier persona está continuamente mediatizada por corrientes inconscientes que chocan con aspectos conscientes, originando conflictos psíquicos que se expresan en forma de síntomas.
Se supone que el terapeuta es un experto en “bucear” en el inconsciente del paciente, tratando de encontrar y extraer todo lo disociado. Es como ir a la búsqueda y rescate de las fichas del puzle de cada cual, sin las que es imposible completar el cuadro de contradicciones y conflictos que cada uno de nosotros somos.
Voy a aprovechar este enunciado, para recordar que todas las sesiones “sirven”, en el sentido de que en todas ellas “recolectamos fichas del puzle”, pero de pronto, en una determinada sesión “encontramos” una “ficha de esquina”, con la que armamos rápidamente una gran parte del puzle en el que estábamos trabajando. Le solemos atribuir a esa sesión una especial importancia, ignorando que sin las otras sesiones, tal hallazgo hubiera sido imposible.
Veamos esto con un ejemplo: una persona puede ser consciente y por lo tanto estar perfectamente “asociada” o conectada, con lo mucho que quiere a su padre, pero estar totalmente inconsciente o “disociada” del resentimiento que le tiene. Supongamos que el padre se separó de la madre cuando el paciente era pequeño. Esa “disociación” inconsciente le generará en su comunicación cotidiana con el padre, una cierta confusión y conflicto que no sabrá explicarse.
De forma esquemática, podemos definir la psicoterapia como “ hacer consciente lo inconsciente o asociar lo disociado”.
En forma genérica, definimos la psicoterapia cómo un proceso de comunicación entre un psicoterapeuta y una persona que solicita su ayuda (paciente), con el propósito de mejorar la calidad de vida de este último, a través de un cambio en sus pensamientos, en sus sentimientos o en sus acciones. Vamos a tomar está definición como un punto de partida para describir y analizar cada uno de los términos que se mencionan en la misma.
Vamos a empezar por la palabra proceso. La palabra proceso significa cambios en el tiempo. ¿Pero cómo se producen estos cambios? ¿Cómo alguien que no me conoce en absoluto, “solo” con la palabra puede hacerme cambiar en algo?
Para el paciente (también para cualquier persona), el simple hecho de sentirse escuchado ya es terapéutico en sí mismo. Siente que sus preocupaciones las “deposita” en alguien seguro, que es de su confianza y que se hace “plenamente cargo” de ellas, liberándole por lo tanto, de un gran peso. Todos tenemos la experiencia de lo bien que nos ha venido sentirnos escuchados por alguien que nos quiere.
Si eso es así, lo primero que uno se pregunta es: ¿porqué debo acudir a un profesional y no a un buen amigo o al cura de la parroquia por ejemplo?
Como profesionales, compartimos con el amigo o el cura, el interés simpático (empatía) por el otro, pero a partir de ahí no tenemos nada que ver con ellos, puesto que como terapeutas, poseemos unos conocimientos que estas personas no tienen.
A esta primera etapa de sentirse escuchado fuera del ámbito profesional, la llamo sin ánimo peyorativo “psicodiálisis”. La llamo así porque aunque la persona no resuelva nada básico, si que se descarga y alivia. Perdón por lo escatológico del ejemplo, pero es como ir al servicio, donde deposito lo que no digiero y luego tiro de la cadena. Lo malo es que a las pocas horas, vuelven las molestias y de nuevo necesito “depositar”.
Cuando explico en qué consiste la psicoterapia para mí, suelo hacer un símil con la acupuntura. El maestro acupuntor sabe en qué puntos de nuestros meridianos debe insertar las agujas con el fin de reconducir la energía a un determinado órgano. Pues bien, como terapeutas en vez de agujas utilizamos palabras, que como estructuras de significado que son, producen cambios en el psiquismo del paciente.
Si hemos dicho que el paciente sufre por su disociación y su historia, esto quiere decir que existe un bloqueo y por lo tanto no hay una comunicación fluida entre su mundo consciente e inconsciente, siendo la misión del terapeuta, como he dicho más arriba, asociar lo disociado o hacer consciente lo inconsciente.
Quizá se pueda entender mejor este concepto con un ejemplo clínico.
Hace un tiempo tuve un paciente de 33 años que estaba a punto de terminar su cuarta carrera universitaria. Se dedicaba a estudiar y a acumular carreras. Consultaba por sus cada vez más continuos ataques de ansiedad.
En este caso las palabras “mágicas” que hicieron que se “conectase consigo mismo”, fueron decirle que era un “eterno adolescente”. Nótese que las dos palabras tienen una gran carga semántica y al nombrarlas, provoque en su psiquismo una cascada de asociaciones que rebotaban en su inconsciente. Seguramente, esas asociaciones fueron del tipo: dilatar un etapa, miedo a crecer y a salir de casa, temor a entrar en el periodo competitivo adulto del mundo del trabajo, etc.
Desde lo manifiesto de su conducta, era un hombre digno de admiración por sus logros académicos (siempre era mejor acumular títulos universitarios que dedicarse a las drogas por ejemplo), pero su mente inconsciente “sabía” que tenía miedo a crecer y a enfrentar y superar la etapa básica del crecimiento, que se llama exogamia o salida del hogar familiar.
Si todo adolescente tiene “tres trabajos básicos” que son: separarse de los padres, ganarse la vida y relacionarse afectivamente. Mi paciente, a pesar de sus 33 años, aún no había logrado ninguno de los tres objetivos.
Gracias a esas palabras y a todo el trabajo terapéutico en torno a ellas, pudo conectar con su resistencia al cambio. Ese trabajo fue la “palanca” movilizadora para los cambios posteriores que le permitieron primero aceptar sus resistencias a crecer y luego a través del proceso terapéutico, lograr definitivamente liberarse del cuadro de intensa angustia que le había llevado a consultar.
Si una psicoterapia está bien hecha crece con el tiempo. ¿Por qué digo esto? Pues porque a lo largo de cualquier proceso terapéutico se va “sembrando” el psiquismo del paciente, de cantidad de “palabras clave” que se comportan como “semillas” que a veces tardan años en germinar, pero que cuando lo hacen, aunque el paciente haya terminado su psicoterapia, su psiquismo las recuerda y le sirven para seguir avanzando por el camino de la vida. Continuará …
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